Por Marcelo Padilla.
Tengo patente el recuerdo. Podría decir que ésterecuerdo que evocaré, constituyó un sucedido, iniciáticoy revelador en mi vida. Con apenas 7 años un domingo por la tarde -habrá sido en algún otoño a fines de los 70- Godoy Cruz Antonio Tomba jugaba un amistoso con Desamparados de San Juan en el Estadio Feliciano Gambarte. Nuestro estadio, ubicado en la calle Balcarce. El partido fue malísimo. O, mejor dicho, esepartido no ha dejado registro en mi memoria. Sé que empatamos 0 a 0. Pero, lo que se me viene a la memoriacon tal añoranza, no es el resultado ni el partido en sí.
El sol en lo alto, firme, nos daba su ardor obtuso, y si uno se alejaba hacia las sombras que fomentan las tribunas, se sentía como un cuchillo el frio del otoño. Corría un viento helado que nos atravesaba las pilchas.Fue en la siesta que se jugó ese partido y creo que fuehacia las dos de tarde. Pues yo con siete años y de la mano de quien hacía de mi padre, esa siesta entramos al estadio Feliciano Gambarte. Y vi por primera vez, desdela tribuna techada, el campo de juego. Por primera vez entraba en ese cosmos. En el del fútbol. Pero sobre todoen el mundo pagano de los hinchas. Yo los miraba desde la platea techada y quería estar allí, gritando y saltando. Cantando como ellos y con ellos. Eran muchos.
Con el tiempo -y por juntarme con ellos- me acarrearíaproblemas con el hombre que hacía de mi padre. Porque yo me le escapaba. Y me le iba de trampa al hombre que hacía de mi padre hasta la popular. En cada partido yo me iba donde estaban mis compinches. Y de compinches, varios de ellos pasaron a ser mis amigos.Me hice hincha del Tomba sin saberlo y a partir de ese día, en esa tarde otoñal y bajo un sol típicamente mendocino. Desde aquel 0 a 0 con los sanjuaninos de Desamparados yo no tenía más que ganas de ver futbol,y solo quería jugar con la pelota. Nunca había pisado una tribuna. Yo jugaba en la calle con los pibes de la Comodoro Rivadavia, allá en la cuarta de fierro.
Soy parte de esa generación que se crió en las calles y potreros de tierra, con el polvo que se levantaba en las canchas de chipica, y el campo de juego no relucía como ahora, tan verde y tan cuidado como lo tienen los estadios, y que se conociera con la expresión de “el verde césped”. Se veía parecido a los potreros dondejugué de niño. Me hice hincha del Tomba nomás. Y después supe, que mi equipo venía de una historia, y que se destacó en el futbol, pero también me enteré queno ganábamos campeonatos, o que ganamos pocos, no como otros equipos más fuertes en la provincia que se turnaban en levantar la copa de campeón, año tras año.
Éramos un club humilde con dirigentes humildes que dejaron su pequeño patrimonio en el club, y que la mayoría de ellos quedaron endeudados y quebrados. Dirigentes más bien pobres, otros más bienacomodados, y otros con algo de renombre, aportaron lo suyo, dejando su tiempo a cambio de nada. Así eran los clubes. Era más sencillo por esa época todo, y tambiéndigo, más digno. No se hablaba de pases de jugadores a otros clubes, como ahora es costumbre. Los jugadoresahora tienen en su historial deportivo cuanto menos diez camisetas de distintos clubes por los que han pasado. Eso, terminó mareando la idea de fidelidad. Ya se sabe: desde que se fue profesionalizando el futbol en Mendoza, las cosas empezaron a cambiar.
Y crecí. Fui creciendo en ese sentimiento. Y ese sentimiento fue ascendiendo en mí hasta quedar hechoalma y para siempre en mi pecho. Un sentimiento hechoalma como una condena. Una condena que se traduce en el sufrir y en el festejar. Lo poco que teníamos eranunos guevos tremendos para alentar al equipo, algunas banderas y unos bombos, dos o tres redoblantes, y la juntadera de papelitos que cada uno aportaba de su casaen bolsas. Cortábamos los diarios de papel con una tijera en las casas, era común tener amontonados a los diarios bajo la parrilla para encender el fuego, junto a la leña y debajo de algunos ladrillos, por si había viento. Y cuando queríamos juntar muchos papelitos recuerdo que pasábamos con el hombre que hacía de mi padre por la imprenta de don Casívar, frente a la base de los bomberos de Godoy Cruz. Pasé por varias etapas de mi vida con ese sentimiento que también se hizo carne. Era en el cuerpo que se empezaba a sentir. Fuimos pobres en todos los campeonatos y también, el club fue pobre,y los jugadores y los hinchas fuimos pobres. Y cuando hablo de pobreza me refiero a una pobreza digna que consistía en vivir en la semana como sea, para ir el domingo a la cancha y tener una motivación para volver el próximo domingo.
El repaso de todos esos años sería extensísimo. Pero de los hitos en la vida de una persona quedan las marcas de los acontecimientos trascendentes. Marcas de una identidad: La Plaza. Los alrededores de la Plaza Godoy Cruz donde nos juntábamos a inventar las canciones,para cantarlas en la cancha que fuera: Rivadavia, San Martín, Palmira, Gutiérrez, Maipú, Cicles Club Lavalle, San José, el parque, Rodeo de la Cruz y Las Heras. Recorrimos toda la provincia en la Liga Mendocina de futbol en bondi y en camiones, en autos y micros y en combis. Nunca como hincha anhelé nada más. Solamente quería ver y alentar a mi equipo y si era posible, que ganara. No teníamos grandes aspiraciones. No sabíamos de qué se trataba tener aspiraciones con un equipo de barrio.
Veíamos en televisión a los equipos grandes y a losequipos chicos del futbol argentino. Eran dos mundos paralelos que nunca se irían a tocar. Fue durante la dictadura. Y luego, fue, durante la joven democracia. Nosotros no hablábamos de política. Porque no sabíamos nada de nada, más que ir los domingos a la cancha, cantábamos canciones del rock nacional traducidas al lenguaje bullanguero. Porque nuestra democracia era la cancha, en ella ejercíamos y en la tribuna popular y de facto, el demos y el logos. Era donde el pueblo se reunía a manifestar la celebración. Y la condena por ser hincha de un equipo del interiorubicado lejos de la capital, con el tiempo, nos empezó a forjar el carácter y el temperamento. Y tuvimos la disciplina de la misa. Domingo tras domingo.
Éramos pibes, muchos pibes. Pero había otros hombresmás grandes que uno y por ello más sabios. Y de los más grandes aprendimos por imitación. Porque uno aprende en la vida cuando mira y observa cómo se cuelga una bandera, cómo se sube y se sostiene en un paravalancha, sin que haga falta que le digan nada. Se predicaba con el ejemplo. Y el ejemplo para los más pibes fueron los mayores. Formamos una banda que hoy se denomina La Vieja Guardia. La Vieja Guardia de los 80 y los 90. Después, cambiarían las cosas. Pero ese es otro cuento de otro cantar.
No voy a hablar de mí y no quiero hablar de una persona en particular. No quiero que a partir de este escrito se me tome como botón de muestra de nada. Solo intento algunas meditaciones en este mecerse de la vida. Por eso digo que yo no fui, y digo que fuimos todos en esa época. Conformamos una tropa. Especie de batallón juvenil con los mayores. Nos aggiornamos. Y de esa enrevesada sustancia que implica pertenecer a una generación, nos amoldamos en un solo puño. Eran otras épocas. Golpeábamos los carteles de chapa de laspublicidades empotrados en las tribunas para hacer la percusión, dándole enérgicas palmadas a las latas. Se sentían amplificadas en el estadio, produciendo un eco que contagiaba a los de la platea y a los de las otrastribunas populares. “Que grite la platea, y la popular también…”, se cantaba. Y empezaban las palmas y los aplausos.
El codo siempre urgido de mujeres puteadoras. Sus cantos de sirenas a dos motores. Iban con el mate y el bizcochuelo, en familia. Algún que otro dirigente viejo cuando se inflamaba con las decisiones de un árbitro tiraba una butaca de metal por arriba del alambrado hacia el campo de juego, a la zona de los bancos de suplentes. Como un viejo loco, Ramírez, -yo lo vi-desencajado por los colores de Godoy Cruz. Ramírezsabía hacer esas cosas y todos creímos que Ramírez se nos moría en cada partido de un infarto al corazón. Pero no. O el mito, viviente, del famoso Tío. Desde la tribunapopular que da a las vías del tren gritaba su clásicocanto, antes de empezar cada partido: “toooooooooooooooooooooooooombaaaaaaaaa…..”
Largo y sostenido modulaba el Tío para todo el estadiosu grito, y se extrañaba cuando el viejo no iba a la cancha, se notaba que el Tío no había ido porque no se escuchaba el canto. Cuando se paraba con su boina a entonar esa expresión, “toooooooombaaaaaa”, se lo escuchaba en las tribunas, y las gentes hacían un silencio sepulcral hasta que llegaba al pico más alto y agudo de su grito. Luego, como si estuviera guionado ese espectáculo de saltimbanqui, todos aplaudíamos al Tío, y se completaba el rito, y el pitazo inicial dabacomienzo al cotejo. Lo que se llamó profesionalización del futbol no fue más que la puesta en escena de la espectacularización del juego. Y en la espectacularización entró la radio, la televisión, los auspiciantes, los dirigentes; y la compra y venta de jugadores. Los representantes de jugadores, y toda esa lacra de negocios.
Entonces nosotros con la cantera de inferiores podíamos soñar con un equipo propio, formado con jugadoreshechos en el club que de niños se hicieron desde abajo,en las categorías infantiles. Y así, ellos y nosotros -jugadores e hinchas- nos sentimos parte del mismo sentimiento. Se empezó a hablar en aquellos años de los jugadores que iban para atrás, y se hizo un mitonegativo. Pero lejos de putear -que si lo hicimos-nosotros teníamos una estrecha relación con los jugadores, porque eran “casi” como nosotros, y digo “casi”, porque un jugador vivía como cualquier hincha, en la humildad de su trabajo y la disponibilidad de su salario. Se hicieron muchas cosas mal en casas bien y en muchas casas mal se hicieron las cosas bien.
No es el blanco ni el negro. No es elegir. En todo caso,fue asumir que nos daba para lo que nos daba en eso de andar fracasando. Ser hincha por aquellos años estaba lejos de la especulación de las tablitas y las calculadoras y de los promedios. Lejos de la sospecha. Pero ahora, y desde algunos años, vemos cómo viven y cuánto cobran y qué diferentes son a su pueblo que los alienta. Varios integrantes de La Vieja Guardia ya murieron. Hubo jugadores que también murieron en la más absoluta pobreza (abrazo eterno a mi amigo el gato Lentz que una vez me puso el cable de SuperCanal, y se tomó unos mates en mi casa, y recordamos las épocas cuando íbamos a la escuela secundaria en el Nacional Agustín Álvarez) Pero hoy, las cosas son tan distintas, que uno se siente estafado y a veces no quiere pensar, ni en las estafas. Ni tampoco creer en las apuestas ni prestarle atención a los entongues.
Y vinieron los años en que no lo podíamos creer. Metimos temporadas en la Liga Mendocina de alto calibre y en varias de ellas salimos campeones, y eso nos posibilitó -por el formato de entonces- entrar alTorneo Regional. Un campeonato larguísimo y federalmuy difícil de sostener. Pero, no obstante, las cosas senos darían de la mejor manera cuando aquellos Héroes del Barro en el 94 nos llevaron al Nacional B. Aquel empate épico bajo la lluvia en Posadas. Y allí, ya en esa categoría perra, previa a la Primera División del Futbol Argentino, nos empezamos a ilusionar con llegar a lo máximo. Y que aquellos mundos paralelos entre el interior y la gran capital se tocarían y nos acariciaríauna varita mágica para luego en más de una década de pelear en la B Nacional, subir a la Primera División trasganarle a Nueva Chicago en el estadio Malvinas Argentinas, en tiempo suplementario, 3 a 1. Hecho inédito en el futbol mendocino.
Lo que ocurrió a continuación lo conocemos todos, por estar más cerca en nuestros recuerdos. La gloria. No bien descendimos el primer año en la máxima categoría volvimos a ascender de la mano del gato Oldrá, un símbolo de la institución. Y de ahí en másininterrumpidamente desde el 2007 estuvimos en primera división jugando copas internacionales, libertadores y sudamericana. Subcampeones del torneo de la liga profesional en dos oportunidades, el tomba se hizo lugar en las ligas internacionales. Y el morro. Tal vez la desaparición física y trágica del uruguayo mulato y candombero fue una señal. No lo sé, pero ahora que lo pienso, algo nos estaba diciendo el morro con su muerte, más allá de las causas de su muerte.

